Por Ahmed Ramzi
Dudé mucho antes de comenzar a escribir este artículo sobre el problema palestino y la naturaleza del conflicto árabe-israelí. Sé muy bien, que escribir sobre este tema tan espinoso es similar a caminar entre un campo minado. Especialmente porque yo no pretendo presentar un discurso tradicional que adopte el punto de vista de uno u otro partido, sino trataré de mostrar brevemente y objetivamente los dos puntos de vista indicando las soluciones que yo veo.
Sin entrar en complicados detalles históricos, si queremos resumir el conflicto en pocas palabras podemos decir que este conflicto es como un debate entre dos equipos que no paran de gritar y se encuentran inmersos en hablar en su propio idioma. Y aquí estoy, por supuesto, no refiriéndome al árabe o al hebreo, sino a la forma de pensar y la filosofía de cada equipo. Sin duda, estamos ante una lucha entre árabes e israelís por conseguir quien se queda con la tierra de Palestina. También nos enfrentamos a dos formas diferentes de pensar. Por una parte, los israelitas dicen, de acuerdo con su teoría religiosa, que la tierra es la tierra prometida que inicialmente Dios le prometió a Abraham, éste pasó la promesa a su hijo Isaac, éste a su nieto Jacobo, que luego fue llamado Israel, y éste último se lo pasó a sus hijos, los hebreos. En base a esta promesa divina y sagrada, la tierra sería para ellos.
Por otra parte, hay que entender que esa tierra no está vacía, sino que en ella reside un pueblo, el pueblo Palestino que se apoya en la realidad para defender su causa. Una realidad que es indiferente a cualquier religión. Los palestinos llevan viviendo en esas tierras desde la antigüedad y no tienen conocimiento de esta promesa divina que les van despojando de sus tierras.
Cada partido insiste en su teoría, ninguno deja de gritar y el mundo mira maravillado, ¿qué grado de dificultad existe para resolver este problema? ¿Será difícil llegar a la paz? Y la respuesta, bajo mi punto de vista, es que será imposible mientras continúen con un diálogo de sordos. Esto me recuerda lo que pasó con la gente de Babilonia y es sorprendente que esperemos resultados diferentes repitiendo los mismos métodos fallidos.
La solución simplemente tiene dos opciones o quizás tres:
-Que los israelíes otorguen a los palestinos el derecho a establecer su estado, en las tierras que Israel ocupó en 1967; es decir, Cisjordania y Gaza, convirtiéndose en vecinos de Israel.
– La más romántica, que los árabes y los hebreos se fusionen en un estado que reúna a todos, uniendo las tierras de Israel y lo que se ocupó de la tierra de Palestina en 1967. Podemos llamarlo, por ejemplo, El Estado de Abraham, el abuelo de ambos, árabes y hebreos. Un Estado que concediera a todos el derecho a la ciudadanía, independientemente de la religión y la raza, donde se respetarán todas las santidades religiosas y el derecho de todos a ser respetados en su adoración.
Lo cierto es que la pelota de ambas opciones está en la cancha de Israel, a menos que, por supuesto, se prefiera la tercera opción, que es la eliminación de los palestinos por expulsión o exterminio para obtener la tierra. ¿Cuál de las opciones se elegirá?